domingo, noviembre 18, 2007

Warhol, clasico moderno


Fue una amiga quien por cincuenta dólares le dio la clave a Andy Warhol para comenzar el ascenso definitivo. Corría 1961, y Warhol veía con deseperación que Liechtenstein y Rosenquist provocaban impacto con obras similares a las suyas en exposiciones de galerías importantes. Se le estaban adelantando.

Los intentos de fines de los cincuenta por ganarse amistades que lo acercaran a las luces de celebridades nunca le dieron los frutos esperados. Las cartas y llamados incesantes a Capote, terminaron con la madre del escritor borracha basureándolo por teléfono, y las ansias de toparse con Jasper Johns y Rauschemberg para que le bendijeran sus ilustraciones pop nunca se concretaron. Es cierto que para 1961 se había anotado logros sociales importantes, como la amistad con Ivan Karp, director de la galería Leo Castelli, y la complicidad con el "pequeño rey" y guía del arte contemporáneo norteamericano Henry Geldzahler, pero nada de eso le había dado los frutos esperados: exponer en una gran galería. Castelli, como algunas otras, le cerraron las puertas. Era 1961, era ahora o nunca.

En esa encrucijada estaba Warhol cuando su amiga Muriel Flatow le ofreció un consejo a cambio de 50 doláres. Él le hizo un cheque, se lo entregó y le dijo, "ahora dime". Ella lo miró fijamente y le preguntó: "¿Qué es lo que te gusta más que nada en la vida?", el lacónico Andy masculló: "No lo sé". La sabia mujer le respondió algo muy simple: "Dinero". Fama, habría que agregar, si no fuera porque ambas cosas siempre tienen tanto en común. Con un objetivo claro, las estrategias surgen más fácilmente.





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